Con el mundial
en sus últimos coletazos llega la hora de las celebraciones y en el vestuario
del equipo ganador se descorchara con gran bullicio y estruendo una botella de
espumante brasilero, pero además de ser elemento principal para celebraciones,
el champán ha superado su trauma de ser bebida de aperitivo o de postre para adentrarse
como un vino más para armonizarse con
todo tipo de platos, y servido en grandes copas, no en esas flautas estrechas feas
y obsoletas.
El espumante
como lo conocemos en Latinoamérica, se ha convertido en la bebida ideal para un
maridaje vertical, es decir comienza en el aperitivo, se sigue en los platos y
termina en la tertulia de la sobremesa.
El Champagne,
espumante o cava es este vino tranquilo con burbujas, frio y aromático que
combina con todo, bebida que se muestra vivaz y fresco, normalmente es cauto en
su acidez sino y con una mineralizad propia
del terruño. Su potencia aromática va desde los clásicos cítricos a la fruta
madura
En boca los
rosarios de burbujas juguetean con las papilas gustativas para que la fruta
generosa sostenida por una buena acidez de la alegría de este buen hacer, es ligero,
pero voluminoso y a la vez muy fin en un marco de gran complejidad.
En Santa Cruz
podemos encontrar desde los franceses como el MUMM que es el que los pilotos de F-1 descorchan en el podio o el
festivo Perrier Jouet de la Belle
Epoque. Argentinos como el “María” de la Séptima o el chileno “Undurraga”. No cabe duda que también los cavas catalanes
están presentes en nuestra tierra y es fácil encontrar en los restaurantes
cruceños el famoso CODORNIÚ.
Es un momento de
celebraciones y el espumante no puede
faltar en nuestra mesa, ya sea para
brindar o para que juguetee en un maridaje vertical con los platos que pidamos
en nuestra próxima cena.
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